lunes, 3 de noviembre de 2008

LOS PINTI VIEJOS

Jaime,A QUE EDAD SE ES VETERANO ? decilo despacito
Clamor de veterano
Texto de Enrique Pinti

Es necesario hablar, comunicar, contar, relatar una y otra vez todo lo que nos pasó. Es imprescindible convertirse en cronistas de vida y traspasar a las generaciones nuevas todas nuestras vivencias y experiencias. Lo que creemos bueno y lo que consideramos malo, nuestros supuestos éxitos y nuestros presuntos fracasos. Debemos hacerlo antes de que el colesterol haga estragos y nuestra masa cerebral se convierta en una gelatina inútil y confusa. No dejemos que la historia la cuenten sólo los políticos, los sociólogos, los antropólogos y los guerreros triunfantes; tenemos derecho a contar la historia desde nuestro lugar de ciudadanos, relatando cómo nos fue, qué ganamos y qué perdimos, cuáles eran nuestras pautas de conducta social, qué hacíamos para divertirnos o cultivarnos, cuáles eran las canciones de moda, los productos que comprábamos, los rincones y esquinas de nuestras ciudades, los medios de locomoción… Todo.

Es importante transmitir nuestros usos, modas y costumbres, aquello que parece obvio y prosaico mientras se lo vive, pero que con el correr del tiempo se olvida o se archiva en el desván de la chatarra sin valor.

A mí me contaron mis padres y abuelos su transitar histórico por la Revolución de 1890, las fiestas del Centenario de la Revolución de Mayo, la irrupción triunfal del tranvía a caballo, la Semana Trágica, la Corrientes angosta que nunca dormía, los años veinte, la crisis del treinta, los golpes militares, la Década Infame, los asesinatos en el Senado de la Nación, las rebeldías patagónicas, los ingleses y sus empresas, el dolor colectivo por la muerte de Gardel y la explosión de la Segunda Guerra Mundial.

Y me lo enseñaron sin ser profesores de historia. Cada uno me dio su versión, basada en sus experiencias e ideologías, y yo, después, pude confrontar todos aquellos relatos de sobremesas, velorios y casamientos con otros testimonios y con la "historia oficial". Con todo ese rompecabezas, traté de armar mi propio cuento, un cuento que surge con personalidad propia de las experiencias de los que me precedieron.

Nada nace porque sí, todo es consecuencia de lo que pasó antes. Hasta los fenómenos más característicos y emblemáticos de épocas precisas son el producto de aciertos y errores anteriores. Desde nuestros desastres económicos hasta el horroroso 11 de septiembre de 2001, son el resultado catastrófico de equivocaciones, fatalidades, frivolidades y omisiones de generaciones precedentes.

Vivir en el pasado es perjudicial, pero ignorarlo es suicida. Por eso los veteranos debemos informar acerca de todo los que nos pasó y de cómo vivimos en la conciencia, en la ignorancia o en la indiferencia (el peor estado) nuestras épocas de niñez y de juventud. Claro que nunca debemos adoptar la pesada y antipática actitud de "oráculo inapelable, inflexible y tajante": eso nos restará credibilidad ante los jóvenes, muy propensos a creer que lo antiguo es desechable. Si empezamos con el consabido "en mi época éramos más íntegros, más soñadores, más idealistas y más respetuosos", ahí nomás cortarán el audio mental y nos dejarán hablando solos, nos darán la espalda y se mirarán entre ellos murmurando: "Si yo llego a viejo así, que me sacrifiquen como a los caballos".

Lo más importante de llegar a la madurez es poder ser útiles desde nuestras verdades y nuestras mentiras, nuestros orgullos y nuestras vergüenzas, nuestras virtudes y nuestros defectos. En las tribus primitivas, el más viejo era el más sabio. En las tribus modernas, el más viejo suele ser el menos escuchado. Lo más alarmante es cómo una serie de pautas que la civilización logró superando inquisiciones y hogueras, dictaduras y guerras, se están perdiendo en la vorágine de nuevas hogueras, nuevas torturas y nuevas guerras, tan espantosas como las antiguas, mientras hay viejos tontos que dicen: "Guerras eran las de antes, porque había códigos". ¿¡Códigos!?

Y jóvenes tontos, muchos de ellos reputados (perdón por la palabra) intelectuales, consideran caduca una serie de principios que nos permiten a los seres humanos seguir siendo llamados "racionales" y no caer en la ley del más fuerte, que es la ley natural de la selva, y no de un mundo que pretende ser civilizado.

Que un holocausto no justifique otro, que un terrorismo no produzca otro. Para eso servimos los viejos, para no dejar que el horror se repita. Sólo contando nuestra historia podremos lograrlo
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1 comentario:

Caminos de Convivencia y Mediación dijo...

Jaime,A QUE EDAD SE ES VETERANO ? decilo despacito
Clamor de veterano
Texto de Enrique Pinti


Es necesario hablar, comunicar, contar, relatar una y otra vez todo lo que nos pasó. Es imprescindible convertirse en cronistas de vida y traspasar a las generaciones nuevas todas nuestras vivencias y experiencias. Lo que creemos bueno y lo que consideramos malo, nuestros supuestos éxitos y nuestros presuntos fracasos. Debemos hacerlo antes de que el colesterol haga estragos y nuestra masa cerebral se convierta en una gelatina inútil y confusa. No dejemos que la historia la cuenten sólo los políticos, los sociólogos, los antropólogos y los guerreros triunfantes; tenemos derecho a contar la historia desde nuestro lugar de ciudadanos, relatando cómo nos fue, qué ganamos y qué perdimos, cuáles eran nuestras pautas de conducta social, qué hacíamos para divertirnos o cultivarnos, cuáles eran las canciones de moda, los productos que comprábamos, los rincones y esquinas de nuestras ciudades, los medios de locomoción… Todo.

Es importante transmitir nuestros usos, modas y costumbres, aquello que parece obvio y prosaico mientras se lo vive, pero que con el correr del tiempo se olvida o se archiva en el desván de la chatarra sin valor.

A mí me contaron mis padres y abuelos su transitar histórico por la Revolución de 1890, las fiestas del Centenario de la Revolución de Mayo, la irrupción triunfal del tranvía a caballo, la Semana Trágica, la Corrientes angosta que nunca dormía, los años veinte, la crisis del treinta, los golpes militares, la Década Infame, los asesinatos en el Senado de la Nación, las rebeldías patagónicas, los ingleses y sus empresas, el dolor colectivo por la muerte de Gardel y la explosión de la Segunda Guerra Mundial.

Y me lo enseñaron sin ser profesores de historia. Cada uno me dio su versión, basada en sus experiencias e ideologías, y yo, después, pude confrontar todos aquellos relatos de sobremesas, velorios y casamientos con otros testimonios y con la "historia oficial". Con todo ese rompecabezas, traté de armar mi propio cuento, un cuento que surge con personalidad propia de las experiencias de los que me precedieron.

Nada nace porque sí, todo es consecuencia de lo que pasó antes. Hasta los fenómenos más característicos y emblemáticos de épocas precisas son el producto de aciertos y errores anteriores. Desde nuestros desastres económicos hasta el horroroso 11 de septiembre de 2001, son el resultado catastrófico de equivocaciones, fatalidades, frivolidades y omisiones de generaciones precedentes.

Vivir en el pasado es perjudicial, pero ignorarlo es suicida. Por eso los veteranos debemos informar acerca de todo los que nos pasó y de cómo vivimos en la conciencia, en la ignorancia o en la indiferencia (el peor estado) nuestras épocas de niñez y de juventud. Claro que nunca debemos adoptar la pesada y antipática actitud de "oráculo inapelable, inflexible y tajante": eso nos restará credibilidad ante los jóvenes, muy propensos a creer que lo antiguo es desechable. Si empezamos con el consabido "en mi época éramos más íntegros, más soñadores, más idealistas y más respetuosos", ahí nomás cortarán el audio mental y nos dejarán hablando solos, nos darán la espalda y se mirarán entre ellos murmurando: "Si yo llego a viejo así, que me sacrifiquen como a los caballos".

Lo más importante de llegar a la madurez es poder ser útiles desde nuestras verdades y nuestras mentiras, nuestros orgullos y nuestras vergüenzas, nuestras virtudes y nuestros defectos. En las tribus primitivas, el más viejo era el más sabio. En las tribus modernas, el más viejo suele ser el menos escuchado. Lo más alarmante es cómo una serie de pautas que la civilización logró superando inquisiciones y hogueras, dictaduras y guerras, se están perdiendo en la vorágine de nuevas hogueras, nuevas torturas y nuevas guerras, tan espantosas como las antiguas, mientras hay viejos tontos que dicen: "Guerras eran las de antes, porque había códigos". ¿¡Códigos!?

Y jóvenes tontos, muchos de ellos reputados (perdón por la palabra) intelectuales, consideran caduca una serie de principios que nos permiten a los seres humanos seguir siendo llamados "racionales" y no caer en la ley del más fuerte, que es la ley natural de la selva, y no de un mundo que pretende ser civilizado.

Que un holocausto no justifique otro, que un terrorismo no produzca otro. Para eso servimos los viejos, para no dejar que el horror se repita. Sólo contando nuestra historia podremos lograrlo
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creado por Caminos de Convivencia y Mediación a las 6:37 del 03-nov-2008